martes, 13 de octubre de 2009

Continuación. . . Ernesto y María

Llegó el momento de hacerle disfrutar a María.

Abrió la puerta del cuarto, convenciéndose de que lo haría bien y se encontró a María frente a él. Tenía su cabello rizado suelto, con un sujetador negro con ribetes rojos que dibujan y realzan el pecho, a juego con unas braguitas de encaje negro con unos lacitos rojos a los lados, para poder quitarlos con facilidad. Unos altísimos tacones negros y una minúscula bata de raso rojo hacía de María un bello cuadro al que admirar.

Segundos después de reaccionar ante semejante bellezón, se dió cuenta de la sonrisa de orgullo de María mientras intentaba poner un Cd en una pose sexy, dedicada a Ernesto por quedarse obnuvilado. Se sentía tan guapa, tan bella, que sus torturas derivadas de la gordura desaparecieron.

María, para sorpresa de Ernesto, había decorado el cuarto con velitas de todos los tamaños, puso un pañuelo rojo encima de la lámpara, unos cuantos cojines en la cama vestida de sábanas rojas de raso, en la mesita de noche, unos cuencos con chocolates y frutas del bosque. Todo aquello, María incluída, hacía del sitio un agradable, cálido y acogedor ambiente del disfrute.

Empezó la música y empezó el momento deseado.

María andaba hacia Ernesto contoneando las caderas al ritmo del blues que tanto les gustaba a los dos y jugueteaba con el antifaz de encaje negro que tenía entre las manos.


- Gracias por . . .- y un beso le selló los labios rojos de María.

Ernesto le acarició los hombros lentamente mientras dejaba caer la bata resvalando por su cuerpo. La tumbó tiernamente sobre los cojines y dándole un caluroso beso, le colocó el antifaz en los ojos.

Ernesto se desnuda, se posa a su lado casi rozando piel con piel y le coloca con cariño el pelo tras la oreja. Se acerca muy despacito hasta la distancia necesaria para que María sintiera el calor de su aliento en el oído y se pone cómodo para comenzar:

- Lo que voy a decirte a continuación quiero que sepas que sale directamente del alma y corazón. Me has enamorado aún más si cabe y quiero hacerte feliz para siempre. . . - ahora le interrumpió María con un beso que disfrutó con ansia, como si en ello se le fuera la vida.

- Te quiero mi vida. - dijo María mientras volvía a tumbarse y a colocarse el antifaz.


Sin más, Ernesto cerró los ojos y respiró hondo para centrarse en el tema, se acercó cuidadosamente a su oído y comenzó:

- Qué gusto poder posar mis labios en cada una de las partes de tu desnudo cuerpo, rozarte primero con mis jugosos labios por el vientre, bajando muy despacito para disfrutar de tu olor dulce, sabroso para todos los sentidos, notando cómo sube tu temperatura mientras bajo sorteando los mejores lugares de tu sedosa piel para que se te encrespen los vellos hasta llegar a tu sexo tapado por las braguitas y besártelo con profundidad, con esmero. Levantando tus caderas para poder recorrer lo más hondo que me lleve a tu increíble y jugoso culito, que te sigo besando con profundidad y esmero deseando cada vez más y más, las ganas por arrancarte las braguitas a mordiscos y morderte y lamerte entera, tú tumbada boca abajo, con el culito empinado y yo entre tus calientes piernas. - Ernesto sonrío traviesamente al ver cómo se le curvaba el cuerpo a María, que ya estaba sonrojada, que por momentos su temperatura se elevaba tanto que podía palparse en el aire y que, a juzgar por su respiración entrecortada, se lo estaba pasando muy bien.

- La bragueta de los pantalones me aprietan, pero me resisto a follarte con ganas, con prisas por desaogarme en tus adentros, y prefiero dejar mis deseos a un lado para girarte bruscamente hacia arriba para morderte los pezones erectos. Mis ganas por quitarte el sujetador y estrujarte las tetas mientras te lamo con ansiedad tus pezones, resbalan mis manos por entre tus muslos que aprieto con la misma ansiedad por resbalarlas por debajo de ellas para acariciar, pellizcar tu clítoris, sorprenderte con penetrarte con mis dedos lo que hace tiempo tienes inhundado de gusto y aprovechar esos dedos mojados por tu gusto para metértelos por tu hermoso culito. - María comenzó a jadear como una loca y Ernesto disfrutaba casi más que élla viéndola.

- Tú gritas de placer y me pides a gritos que te folle pero antes de satisfacer tus deseos me doy el capricho de quitarte las bragas desatándola de éstos lacitos tan monos- dijo Ernesto jugando con los lacitos rojos de las braguitas de María- para observar, tocar, besar, morder y lamer todo de tí como si en éllo se me fuera la vida. Ya no sé cuántas veces te has corrido pero han sido unas cuantas, tu me pides que te folle sin piedad y yo lo que deseo es penetrarte lentamente por todos tus agujeros calientes. Pero una vez más, satisfago tus deseos, te tiro del pelo y te pongo rápidamente de espaldas a la pared y te la meto sin piedad hasta el fondo de tu increíblemente caluroso coño. Te sacudo una y otra vez, y tú me pides a gritos más y más, que te folle, que te folle fuerte, y yo dejo de tirarte del pelo para apretar y juntar tus nalgas entre el "mete y saca" de mi miembro. Una y otra vez, al ritmo de mis preferencias, tal y como a tí te gusta y excita, hasta que siento cómo se vislumbra en mis cerrados ojos una luz blanca. Derepente siento que no me puedo aguantar las ganas. Te vuelvo a coger del pelo, hincándote de rodillas y te la meto sin miramientos hasta el fondo. Esto te gusta cada vez más, al ver de qué forma tan increíble me la absorves, me la lames, me la mueves y golpeas en tus rojos labios. No puedo más aguantarme y me corro sobre tí.

- Sí mi amor- susurra entre jadeos María.

- Te tumbo con cuidado en la cama, te beso de arriba a abajo y me pongo a tu lado, casi rozándote pero dejando tu espacio. Recorro con mis dedos tu ardiente cuerpo hasta llegar a tu clítoris y lo muevo, lo rozo, lo golpeo, lo estrujo, diciéndote guarradas al oído y, en un descuido, te penetro con mis dedos hasta llegar a ese punto en que tus piernas tiemblan, en el que tus aceleradas respiraciones no dejan sitio a tus jadeos, súplicas, gritos de gozo. Noto que estás casi en éxtasis, derepente tu respiración se entrecorta, tu cuerpo se sacude en bruscos movimientos y con un beso en la mejilla, te corres.


- ¿ Te ha gustado ? - dijo Ernesto casi orgulloso por la historia pero con cierta inseguridad.

- Me ha encantado. Fóllame tonto. - dijo María levantándose el antifaz y tirándose encima de Ernesto, cual gata en celo.

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